En esta nueva entrada, vamos a abordar algunas de las dimensiones o variables más importantes y en las que más atención se ha puesto por parte de los investigadores, y hablaremos tanto de la trayectoria de estos durante la adolescencia como su influencia sobre el ajuste adolescente.
1) El afecto
En general, este nombre se utiliza para referirse a la cercanía emocional, el apoyo, la armonía o la cohesión, asimismo también aparece asociada al control o monitorización en la definición que nos brinda Baumrind (1968) del estilo parental democrático. Aunque la comunicación puede considerarse una dimensión diferente, está fuertemente asociada con el afecto, por lo que merece destacarse la enorme continuidad de su presencia observada en las relaciones parentofiliales durante la infancia y la adolescencia, ya que los niños/as con intercambios calidos y afectuosos con sus padres mantienen una relación más estrecha en la adolescencia (Flouri y Buchanan, 2002). Y esa continuidad coexiste con cambios significativos de las interacciones (en expresiones positivas y negativas) y con la percepción que tiene cada uno de su relación.
Podemos encontrar datos que muestran una disminución de la cercanía emocional, de las expresiones de afecto (Collins y Respinski, 2001) y de la cantidad de tiempo que padres e hijos pasan juntos durante la adolescencia (Larson, Richards, Moneta, Holmbeck y Duckett, 1996). Además la comunicación verbal también sufre un ligero deterioro ya que los chicos/as hablan menos espontáneamente de sus asuntos, aunque esto es pasajero y, al igual que el afecto positivo, se recupera a lo largo de la adolescencia. Aunque existen algunas diferencias de género, las chicas se sitúan por encima de los chicos, en cuanto a niveles de afecto y comunicación, en todas las edades, sin embargo la posterior recuperación se da de manera similar en ambos sexos (Larson et al., 1996; Parra y Oliva, 2002).
Por último, a pesar del distanciamiento afectivo y comunicativo que se produce en la adolescencia, los chicos y chicas se seguirán beneficiando de unos padres comunicativos, cercanos y afectuosos que les ayuden y apoyen en los momentos difíciles. Por tanto, cuando las relaciones padres-adolescentes se caracterizan de esta forma, los adolescentes muestran:
- Mejor ajuste psicosocial y mayor confianza en sí mismos.
- Competencia conductual y académica.
- Autoestima y bienestar psicológico.
- Menos síntomas depresivos y menos problemas comportamentales.
- Mayor probabilidad de que se muestren receptivos ante intentos socializadores de los padres y menos de que se rebelen ante estrategias de control cuando existe un clima emocional favorable.
2) Los conflictos
Esta dimensión ha recibido mucha atención por parte de los investigadores, seguramente por el aumento de los conflictos es uno de los rasgos más característicos asociados a la adolescencia (Casco y Oliva, 2005). Muchos conflictos analizan los cambios que se producen en los conflictos padres-adolescentes durante la adolescencia, un ejemplo es el meta-análisis de Laursen, Coy y Collins (1998), en el que se encontró una disminución lineal en la frecuencia de conflictos desde el inicio hasta el final de la adolescencia en chicos y chicas. Al contrario, la intensidad emocional con la que se viven estos aumenta desde el inicio a la adolescencia media, para luego disminuir ligeramente.
En cuanto a los tópicos de conflicto, no todos se dan con la misma frecuencia, temas como la hora de vuelta a casa (sobre todo para las chicas), la forma de vestir o el tiempo dedicado a los estudios están muy presentes en los conflictos familiares, en cambio otros tópicos como la sexualidad, la política o las drogas aparecen con bastante menos frecuencia, eso sí, cuando lo hacen la carga emocional de estos conflictos es considerablemente mayor (Noller, 1994; Parra y Oliva, 2002).
Dependiendo de en qué etapa de la adolescencia nos encontremos, la estrategia a seguir para la resolución de los conflictos va a variar notablemente. En la adolescencia temprana se da un mayor número de veces la retirada por parte del adolescente y la imposición del punto de vista parental, en contraposición, pocas veces se solucionan con el compromiso por parte de ambas partes y la negociación. En cambio, si nos fijamos en la adolescencia avanzada esto va a cambiar, dándose un mayor número de veces el compromiso y la negociación en detrimento de la retirada y la imposición del punto de vista parental (Smetana y Gaines, 1999).
Como consecuencia de este aumento de la conflictividad, vemos un aumento también del malestar emocional y estrés de los padres, llegando algunos a afirmar que es "la etapa más difícil en el ejercicio de su rol parental". Pero un conflicto no siempre sólo es un problema, sino que es un contexto adecuado para el aprendizaje de estrategias de negociación y resolución de problemas. Además, las discusiones moderadas adolescentes-padres hacen que los adolescentes muestren un mejor ajuste años después que quienes no discutieron (Adams y Laursen, 2001). Aunque por otro lado, también encontramos en el estudio de Laursen y Collins (1994) una relación positiva entre disputas frecuentes y de elevada intensidad con problemas psicosociales del adolescente, cosa que también puede deberse a que es un estudio transversal y el anterior es longitudinal.
Siguiendo con el conflicto de moderada intensidad, según Granic et al. (2003); Musitu, Buelga, Lila y Cava (2001) y Smetana (2005), a parte del malestar inmediato que este causa, también provoca un efecto positivo a medio plazo, lo que favorece una reestructuración del sistema familiar y una renegociación de roles y expectativas, lo que se traduce en un nuevo equilibrio familiar que va a tener en cuenta las nuevas necesidades del adolescente.
3) El control
Este apartado se refiere a estrategias socializadoras por parte de los padres, siendo estas el establecimiento de normas y límites, la aplicación de sanciones, la exigencia de responsabilidades y la monitorización o conocimiento por parte de los padres de la actividades que realizan sus hijos. La mayoría de estudios que tratan esta dimensión encuentran una disminución en los niveles de control que los padres y madres ejercen sobre los hijos conforme avanza la adolescencia, siendo este uno de los reajustes de los padres (Parra y Oliva, 2006; Collins y Seinberg, 2006).
En cuanto a la relación control-ajuste adolescente, no se puede afirmar que exista una relación lineal entre ambos. Según Diana Baumrind (1991), existe una relación curvilínea entre ambas variables, de forma que tanto perjudica el exceso como la falta de control, cosa que puede generar conductas rebeldes y agresivas.
La mayoría de investigaciones equipara el control y el conocimiento de los padres tienen de las actividades de sus hijos, sin embargo, las investigaciones indican que los padres obtienen una mayor información de la revelación espontánea de los hijos, no como consecuencia de preguntas. Ni las estrategias activas de los padres para controlar el comportamiento adolescente ni sus esfuerzos activos para obtener información tienen relación con el ajuste, hasta parecen estar asociados a indicadores negativos. Sólo la revelación muestra una relación negativa con los problemas conductuales. Además, tendríamos que comprobar también si el conocimiento que tienen los padres sobre las actividades de los hijos y sus amistades les sirve para predecir su ajuste comportamental o si la influencia va en sentido contrario, debido a que es normal pensar que adolescentes con conductas antisociales sean menos propensos a informar a sus padres de sus actividades. Algunos estudios que han analizado esta relación longitudinalmente han encontrado una relación bidireccional, por lo que un mayor conocimiento parental predice un mayor ajuste adolescente y viceversa (Laird, Pettit, Bates y Dodge, 2003; Parra y Oliva, 2006).
En cuanto a factores que pueden influir en el funcionamiento o no del control, uno es la cultura. Según el estudio de Musitu y García (2005) llevado a cabo en España, observaron que los adolescentes cuyos padres tenían un estilo permisivo se mostraron más ajustados que aquéllos con padres democráticos o autoritarios, cosa que es considerada un efecto moderador de la cultura española. Por tanto, en la cultura anglosajona, el control tendría efectos positivos para el desarrollo de los adolescentes, pero puede que no en otras culturas, como en la española.
Para concluir, visto lo visto parece recomendable que los padres estén informados sobre las amistades actividades, etc., de los hijos, y que el mejor modo de conseguir la información es mediante el afecto y la comunicación. En contraposición, no parece tampoco prudente rechazar estrategias activas de control durante la infancia y adolescencia temprana para luego relativizar su valor.
4) El fomento de la autonomía
Esta dimensión se refiere a las prácticas parentales encaminadas a que niños o adolescentes desarrollen una mayor capacidad para pensar, formar opiniones propias y tomar decisiones por sí mismos a través de estrategias como pueden ser las preguntas, los intercambios de puntos de vista y la tolerancia ante las ideas y elecciones discrepantes. Estas prácticas se hacen más frecuentes a medida que avanzamos en la adolescencia, es decir, que existe un aumento del fomento de la autonomía con la edad, aunque también hay que decir que los progenitores promueven antes la autonomía en asuntos personales como la forma de vestir y el momento de hacer las tareas escolares entre otros, que cuando se trata de responsabilidades relativas a tareas domésticas o comportamientos con posibles consecuencias negativas para la salud (Smetana, Campione-Barr y Daddis, 2004). Por otra parte, también influye la cultura aquí, de modo que en culturas individualistas los padres tienden más a promover la autonomía de sus hijos que en culturas colectivistas, donde la interdependencia entre los miembros de la familia es considerado un valor cultural muy valioso (Daddis y Smetana, 2005; Kagitcibaci, 1996).
Este mayor o menor fomento de la autonomía tiene unas consecuencias en los adolescentes, de forma que los progenitores que fomentan en mayor medida la autonomía harán que sus hijos sean personas más individualizados, con mayor ajuste y competencia social, mayor desarrollo cognitivo y rendimiento académico y una mayor habilidad para la adopción de perspectivas. Del mismo modo, los padres que no fomenten la autonomía provocarán en sus hijos ansiedad, depresión y más dificultades relacionales y en el logro de la identidad personal.
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